Si tu sueño fuera convertirte en médico y acabaras sin ninguna formación y viviendo en un barrio de chabolas, ¿tirarías la toalla? Algunos de nosotros lo haríamos, pero no Jane Ngoiri. Jane soñaba con convertirse en cirujano, pero era demasiado pobre para permitirse terminar el colegio o ir al instituto. Sin embargo, hoy Jane es una reina mitumba del barrio de chabolas de Mathare Valley. Mitumba es la actividad económica en la que se vende ropa de segunda mano que llega a Kenia desde regiones europeas y americanas de forma masiva.
Comercio mitumba en Mathare Valley
Originalmente, el término “mitumba” se refería a la ropa usada, pero hoy en día incluye de todo, ropa, zapatos, bolsos e incluso utensilios de cocina. Han surgido enormes mercados en Nairobi, donde los comerciantes seleccionan y compran objetos que llegan en primer lugar y los venden en tenderetes callejeros. Es fácil suponer que la actividad mitumba genera cientos de empleos para el sector juakali, pero todo el mundo se dedica a ello y la competencia es intensa, por lo que los precios y los beneficios son bajos. Jane en cambio ha localizado un nicho único. A diferencia de la mayoría de los operarios mitumba, que simplemente se dedican a vender ropa de segunda mano, Jane proporciona un valor añadido apartando la ropa y reconvirtiéndola en el tipo de vestuario que los kenianos buscan para sus hijos, especialmente para las niñas.
Su especialidad son los vestidos de niña con volantes y encajes para ocasiones especiales, y ropa de domingo. No encontraréis nada parecido en el mercado mitumba (los niños occidentales no llevan este tipo de ropa). Jane compra vestidos de novia usados por 500 Ksh [4,74 €] y de cada uno de ellos es capaz de sacar tres vestidos de niña y venderlos por 1.500 Ksh cada uno [14,22 €].
Le lleva sólo 45 minutos coser un vestido y puede vender alrededor de 40 al mes, obteniendo un sustancioso beneficio que le ha permitido escapar de la pobreza.
Puede que Jane no sea como el protagonista de Slumb Dog Millionaire, pero su historia de cómo salió de la vida de las chabolas es humillante [sic]. Fui a verla a su casa (es propietaria de una casa naranja y verde gracias a un programa de desarrollo de viviendas de protección oficial a las afueras de la ciudad). Tiene agua corriente, sala de estar, una gran cocina con cocina de gas, un baño dentro de casa y luz natural.
Visité su primera casa en el barrio de chabolas. Es duro imaginar cómo puede vivir cualquier persona en una habitación de menos de 2×2 metros con sólo una cama. El suelo de arcilla estaba cubierto con una estera de plástico, pero el agua se filtraba a través del suelo encharcado.
Quizás por fuera era desagradable, pero dentro la habitación de acero corrugado era muy confortable y estaba cuidadosamente arreglada. En la cama se sentaba la nueva inquilina, una mujer de 34 años llamada Catherine con sus dos hijas, Cynthia (17) y Samantha (3). Su hijo de 12 años había salido. A la derecha estaba la habitación de otra persona, y a la izquierda un antro de changaa (changaa es un brebaje alcohólico que se destila ilegalmente). Detrás de ella había tres habitaciones más.
La habitación medía menos de 2×2 metros. ¡Una celda! Todo estaba rezumante y lodoso, pero el olor infame a aguas residuales y verduras podridas y las feas construcciones no eran tan agresivas como el ruido. Parecía como si todo el mundo en Mathare estuviera compitiendo por hacer el mayor ruido posible, todas las habitaciones tenían una radio encendida a todo volumen, y los antros donde se bebía changaa casi superaba en número a las habitaciones destinadas a viviendas. Los borrachos (todos hombres) invadían la calle, molestándonos cada pocos minutos, pero la gente simplemente los ignoraba mientras trastabillaban colina abajo. Los niños, algunos sin zapatos, corrían de acá para allá y jugaban en el barro, junto a las alcantarillas abiertas y abriéndose paso entre la basura. Al ver de dónde venía Jane, entendí por qué no puede parar de sonreír.
Sus tres hijos ya no están rodeados de basura, ruido, locales de changaa y borrachos. Juegan fuera sin peligro, tienen higiene y confort, y van a una escuela cercana a su casa. La familia come bien, ya que cultiva sus propias verduras en un huerto. Y Jane ya no es una más de los millones de habitantes de chabolas de Mathare, en Kaputei, sino un respetado miembro de una comunidad en crecimiento.
La vida de Jane no es tacaña en milagros. Como todo el mundo en Mathare, vivía en una chabola porque no tenía otra opción. Cuando su marido tomó una segunda esposa, muchos años atrás, Jane le dejó y se dirigió a la ciudad, cargando cuatro niños, incluido un bebé. Creyó que podría conseguir un trabajo, pero al igual que la mayor parte de las mujeres analfabetas, su única forma de sobrevivir en una de las barriadas de chabolas más hostiles de Nairobi era con su cuerpo. Así sobrevivió durante muchos años, haciendo lo que ella llama un “trabajo sucio”, viviendo precariamente en la sucia, ruidosa, congestionada miseria de Mathare Valley, con todos sus hijos hacinados en una habitación.
Jane es el rostro visible del éxito de los microcréditos: la sacaron de la pobreza y dice que han salvado su vida. Obtuvo formación y un crédito de Jamiibora, uno de los mayores bancos de microcréditos de Kenia. Tras pagar el primero pidió otro, y después un tercero. Esto hizo que la eligieran para participar en un plan de viviendas de protección oficial, pero primero tuvo que conseguir el 10% del valor de su casa, 35.000 Ksh [332,5 €]. Con sus primeros créditos había comprado una máquina de coser manual, con la que hizo vestidos y bisutería de cuentas para un mercado internacional. Parece fácil, pero dice que fue muy duro conseguir el dinero. Hubo muchos obstáculos en el camino, y muchas veces estuvo a punto de abandonar su sueño. Quizás lo más duro fue la crisis electoral que golpeó a principios de 2008, cuando los saqueadores asaltaron los barrios de chabolas y se llevaron todo lo que tenía. Sin la máquina de coser, perdió su medio para ganarse la vida.
Así que Jamiibora le hizo un préstamo de emergencia que la ayudó a ponerse de nuevo en pie. Sentada en su casa de dos habitaciones en Kaputei, Jane está radiante, es difícil no creer su historia. Pero hay más. No me hubiera dejado marchar sin contarme toda la historia. Al dejar atrás su anterior vida, Jane decidió hacerse la prueba del VIH. El positivo no fue una sorpresa. Tenía buena salud y volvió a pedirle ayuda a Dios… necesita vivir lo suficiente para pagar su crédito a 20 años. Prometió ayudar a otras mujeres de las chabolas dándoles lecciones gratis de costura, después de todo ella tampoco pagó nunca por sus clases. Jane ha sido maestra de tres mujeres, incluyendo a Catherine.
¿Os ha inspirado? Una pregunta, ¿adivináis por qué pintó Jane su casa de naranja y verde?
Publicado por Paula Kahumbu en
http://www.afrigadget.com/2010/04/06/dreams-can-come-true-janes-miraculous-mitumba-story/